Lo que mata es la calor

ola de calorDicen que el idioma es una construcción cotidiana de los pueblos que lo van inaugurando día tras día a través del oportuno ingenio de anónimos ciudadanos que le ponen el nombre justo y oportuno a circunstancias y situaciones que merecen nuestra atención.

 

Fundavida
Opinión

 

Sin embargo existen expresiones populares que a pesar de ser consagradas por el uso de generaciones no logran franquear la barrera de las buenas costumbres y usos adecuados, aceptados por las personas de buen decir, que arbitrariamente aprueban o desaprueban modismos, aunque estos hayan sido consagrados por el uso popular.

Lacalor siempre ha sido uno de los terrenos de las batallas más fragorosas del idioma, en el centro desde siempre el calor ha sido bien macho, de indudable estirpe masculina, pero en las periferias, vaya a saber por qué, aunque nunca se puede precisar exactamente a cuantas cuadras del vértice administrativo y comercial de la ciudad, se transforma caprichosamente en una hembra díscola y mortificante en la boca de los damnificados por su abrumadora presencia, pasando a ser en cuestión de metros: la calor, caiga quien caiga y le pese a quien le pese.

La calor nunca  pudo doblegar a la Real Academia Española, altanera y jactanciosa administradora del idioma, que sin embargo ha consagrado expresiones claramente agraviantes para el oído del desprevenido como  “okupa”, “almondiga” o “wasapear”.

Pero más allá de estos dislates provocados por la calor reinante queremos terminar el año con una reflexión sobre estas realidades climáticas que nos van tomando por asalto y que llegaron para quedarse.

Para generar energía ya no bastan los combustibles fósiles, que además, por su uso irracional destruyen los equilibrios que provocan las catástrofes que nos asombran y a veces nos aterran.

Tampoco ahora nos alcanza el agua presuntamente potable que nos ofrecen las cañerías de distribución domiciliaria, ni tampoco las calles admiten el número de vehículos que año a año se incorporan a la circulación, en dameros citadinos inflexibles para adaptarse a los nuevos requerimientos de la aumentada flota de vehículos urbanos.

Estamos viviendo un codo de la historia humana, porque estos tiempos son de inflexión irreversible de las cosas aunque muchos no lo adviertan.

Los combustibles fósiles ya no alcanzan para todos (y todas) el agua pura digna de ser bebida por los seres humanos tampoco, ni tampoco es posible generar la electricidad que demandan en los picos de calor (el ó la, usted elija) los miles de artefactos de aire acondicionado que los sufridos ciudadanos agregan con vana esperanza a sus domicilios.

El planeta levantó un cartel en el horizonte que por ahora nadie lee y que dice algo así: como “ya no doy más”, pero por supuesto nadie se hace cargo, nadie desenchufa el acondicionador, nadie cierra la canilla y nadie tampoco deja de subirse al auto para circular unas pocas cuadras sentado.

Lo que viene ahora y que nadie pareciera querer ver tampoco es una disputa cada vez más violenta por los escasos recursos disponibles y si no veamos la suprema insensatez que ocurre incluso aquí, en nuestra ciudad, donde se usan alimentos y fertilidad para hacer biocombustibles destinados a alimentar el sobre consumo de la Europa rica.

Esto, en lugar de, por ejemplo, generar alimentos para una África desfalleciente de hambre, por siglos de dominación colonial de la misma región que ahora se horroriza por los miles de desahuciados que cruzan como pueden el Mediterráneo en busca de un plato de comida.

El mundo se pondrá cada vez más violento e irracional, y la disputa por lo que queda usable en el planeta se volverá cada vez más sangrienta.

Lo único que podría cambiar las cosas es la conciencia de cada uno de nosotros, dispuesta a barajar y dar de nuevo en el uso y reparto de la cosas.

Quién sabe si ese momento llegará algún día, y en todo caso si llegará a tiempo, y con esto terminamos nuestra última crónica del año, ahora, en este momento, porque la verdad, la verdad, la calor me está matando.

 

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