Primero fueron inventadas las palabras, inmediatamente después las mentiras y un rato más tarde la retórica para que no pudiésemos distinguirlas.
LA VERDAD SEA DICHA
La retórica llegó a su consagración definitiva con la democracia; antes no era tan necesaria porque quienes mandaban no se esforzaban mucho en convencer a nadie, bastaba con tener la espada más larga y filosa. Después se hizo necesario seducir a los electores y para esto hubo que afinar la retórica para mentir sin que las mayorías se dieran cuenta y más aún, saliesen a defenderlas con entusiasmo, esgrimiéndolas como verdades propias.
Pero a veces las encrucijadas de la civilización nos ponen en lugares desde donde podemos ver con claridad y entonces estallan los conflictos porque los engañados de repente se dan cuenta que han sido víctimas de los mentirosos y se arma el lio.
Desde el inicio de la civilización industrial, hace unos tres siglos, sus apologistas se instalaron en la cúspide de una pirámide retórica cargada de palabras que presentaban al conjunto en las que describían los supuestos valores en los que se fundaba esta nueva forma de organización social.
La realidad fue que a partir de entonces las relaciones entre los hombres fueron establecidas y ordenadas detrás de un rígido y escueto mandato: ganancias al costo que sea. Pero era un objetivo que no se podía presentar en crudo porque hubiera sido objeto de severos cuestionamientos por parte de aquellos que no eran invitados al banquete, o sea las mayorías.
Entonces apareció nuestra vieja amiga la retórica y consolidó un discurso, tan grandilocuente como vacío, que convenció a todos, o casi, y el mundo siguió andando.
Pero en esta etapa de la sociedad comienzan a aparecer situaciones en las que la retórica no alcanza para engañar a las víctimas porque la realidad no solo no se ajusta a sus edulcoradas frases sino que por el contrario muestra lo opuesto a las promesas retóricas.
El conflicto que estamos refiriendo es la agricultura industrial. Fue inmediatamente después de la Segunda Guerra que las compañías químicas lideradas por las alemanas reciclaron sus venenos y comenzaron a aplicarlos para matar los bichitos del campo.
Inmediatamente comenzaron a decirnos que por fin se resolvería el hambre de la humanidad, que usando tóxicos y venenos produciríamos más, más barato, para alimentar a más gente. Retórica pura.
Después de medio siglo comenzaron a derrumbarse las mentiras, no solo no aumentaban los rindes sino que además se está destruyendo la biodiversidad, envenenando la naturaleza y enfermándonos.
Tuvieron que reconocer la verdad y entonces ya no dicen usar venenos para que no tengamos hambre, se ven obligados a reconocer que no lo quieren abandonar porque dejarán de ganar plata. Y esa también es una mentira retórica, porque está demostrado que se puede cultivar y producir alimentos de una manera sana y obtener ganancias. Pero claro, las compañías químicas que nos envenenan y que es están apoderando del negocio en forma total verían desmoronarse sus maquiavélicos planes, que ya no pueden defender ni con la retórica.
Los ruralistas de Gualeguaychú, ante la ordenanza que prohíbe el glifosato reconocieron:…“Tenemos en claro que el glifosato es un veneno” “si nos prohíben usarlo, aplicaremos otros peores” y agregaron: “le están sacando la posibilidad a un productor de producir más”,..” va a terminar viniendo a la ciudad debido a que su producción dejará de ser sustentable”
Argumentos falaces productos de una malintencionada retórica dictada por las compañías químicas prebendarías del modelo agrotóxico/dependiente.
La retórica ya no alcanza para defender el modelo, ahora es un juego de intereses antagónicos, por un lado la salud de las personas y la naturaleza, por el otro el de las multinacionales químicas y sus socios locales. La historia tiene la última palabra.