Imagínese el mundo como un desierto
NACIONES UNIDAS, 18 jun 2014 (IPS) – Imagínese una extensión de territorio árido, que se extiende por kilómetros, sin un rastro de vegetación, ni una sola rama que arroje una mancha de sombra o un hilo de agua que humedezca la tierra reseca. Ahora imagine que ese desierto se expande al ritmo de 12 millones de hectáreas por año. ¿Por qué? Porque ya está sucediendo.
FUENTE: www.ipsnooticias.net – Por Kanya D’Almeida
Los estudios demuestran que cada año se erosionan 24.000 millones de toneladas de tierra fértil, y que 2.000 millones de hectáreas de tierras ya están muy degradadas como consecuencia de la desertificación. El territorio árido en África subsahariana aumentará 15 por ciento en la próxima década.
En todo el mundo, 1.500 millones de personas están a escasos pasos de caer en la aridez, con sus tierras y medios de vida amenazados por la sequía crónica.
En este contexto, altos funcionarios de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) conmemoraron este martes 17 el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación con el tema “La tierra pertenece al futuro, protejámosla del cambio climático”.
“Con el crecimiento de la población mundial, nos urge trabajar para construir la capacidad de recuperación de todos los recursos de tierras productivas y de las comunidades que dependen de ellos”, declaró el martes el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, en un mensaje enviado desde Bonn, Alemania.
La Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO) pronostica un aumento de 50 por ciento en la demanda de alimentos para 2050, aunque los científicos advierten que el rendimiento de cultivos como el trigo, el arroz y el maíz podrían disminuir 20 por ciento en la próxima década debido a las temperaturas más elevadas.
La escasez de productos de primera necesidad podría conducir a la absorción de más tierras por la agricultura industrializada, uno de los motores del calentamiento mundial ya que es responsable de entre 15 y 30 por ciento de las emisiones de carbono y metano en todo el mundo, lo que a su vez fomenta la desertificación.
Adaptación basada en el ecosistema
Aproximadamente 35 por ciento de la superficie terrestre está compuesta de tierras áridas, incluidas las sabanas, los matorrales y los bosques secos, que en conjunto capturan 36 por ciento del carbono y sostienen 50 por ciento del ganado en el planeta.
Estas tierras secas naturales proporcionan un excelente ejemplo de regeneración de los suelos degradados e inspiraron una solución a la desertificación conocida como la adaptación basada en el ecosistema, cuyo objetivo es reforzar los sistemas naturales para amortiguar los peores impactos del cambio climático.
“Un buen ejemplo de la adaptación basada en el ecosistema se puede ver en Níger, donde la regeneración natural gestionada por los agricultores recuperó cinco millones de hectáreas de tierra”, dijo Louise Baker, asesora de la Convención de las Naciones Unidas para la Lucha contra la Desertificación (CNULD).
“Hay aproximadamente 2.000 millones de hectáreas de tierra degradada en todo el mundo con capacidad de recuperación, y cerca de 480 millones de hectáreas de tierras agrícolas abandonadas que pueden volver a producir, sin necesitar inversión adicional, solo con un reajuste de prioridades”, sostuvo.
«Por ejemplo, la inversión en el uso de fertilizantes puede ser importante, pero si en su lugar invertimos en incentivos para mejorar la gestión sostenible de la tierra podríamos lograr que esta capture el carbono y ayudar a las poblaciones a ser más resistentes al cambio climático y no depender de la producción con fertilizantes”, concluyó.
“Pequeños cambios en las técnicas del uso de la tierra – como la construcción de terrazas, o la instalación de tanques de recolección de agua – pueden ser una gran diferencia”, añadió en diálogo con IPS.
”Después de eso le toca a los gobiernos y terratenientes atar los cabos y generar un abanico de usos de la tierra que, juntos, constituyan un paquete resistente”, comentó la asesora.
En una ceremonia celebrada en la sede del Banco Mundial en Washington el martes, la CNULD otorgó su prestigioso premio Tierra para la Vida a dos organizaciones de Afganistán y Mongolia, que luchan contra la desertificación mediante la adaptación del ecosistema.
En Bamyan, la árida provincia central de Afganistán, la Organización para la Conservación de las Zonas Montañosas Afganas recuperó 50 por ciento de los vulnerables pastizales del lugar con la plantación de árboles, soluciones de tecnología ecológica en más de 300 pueblos y sistemas de riego por gravedad.
En Mongolia los más de 25.000 voluntarios de la Red de Asia Verde plantaron árboles para paliar la desertificación que abarca a 78 por ciento del territorio nacional. Refugiados climáticos que habían abandonado la zona regresaron a un lugar que apenas reconocen con su nueva vegetación.
Predicando la conservación, practicando la inversión
Pero grupos activistas sostienen que el propio Banco Mundial tiene parte de la culpa por los problemas del cambio climático, la inseguridad alimentaria y la desertificación ya que promueve la agricultura a gran escala y los monocultivos en el Sur en desarrollo.
La campaña ‘Nuestra tierra, nuestro negocio”, lanzada por el estadounidense Instituto Oakland, dedicado a la investigación, y organizaciones no gubernamentales y campesinas de todo el mundo, busca “responsabilizar al Banco Mundial por su papel en el robo desenfrenado de tierras y recursos de… agricultores, pastores y comunidades indígenas, que en la actualidad alimentan a 80 por ciento de los países en desarrollo”, según un comunicado emitido el 31 de marzo.
La campaña culpa a los índices ‘Doing Business’ del Banco Mundial – que clasifican a los países según las facilidades que brinden a las empresas privadas, en opinión de los funcionarios de Washington- de obligar a los gobiernos de países del Sur en desarrollo a flexibilizar sus normas ambientales, violar las leyes laborales y desregular sus economías con la esperanza de atraer la inversión extranjera.
La inversión mundial en el Sur se dirige “principalmente a la agricultura y la extracción de recursos naturales”, señaló el director de políticas del Instituto Oakland, Frederic Mousseau.
“Gracias a las reformas y las políticas recomendadas por el Banco Mundial, Sierra Leona le quitó 20 por ciento de sus tierras cultivables a la población rural y la arrendó a productores extranjeros de caña de azúcar y aceite de palma”, añadió.
“En Liberia, enormes empresas de aceite de palma de Gran Bretaña, Malasia e Indonesia tienen contratos de arrendamiento a largo plazo en más de 1,5 millones de hectáreas de tierras que antes pertenecían a las comunidades locales”, según la organización.
“Estas políticas son exactamente lo contrario de lo que necesitamos para combatir la desertificación, que solo puede lograrse a través de la diversificación de la agricultura, la forestación, los cultivos intercalados y otras técnicas practicadas por pequeños agricultores”, dijo Mousseau a IPS.
“En Malí, por ejemplo, los campesinos que viven en torno al río Níger buscan el apoyo oficial para la práctica de la agricultura tradicional… En cambio, el gobierno otorgó 500.000 hectáreas de las tierras más fértiles a 22 inversores extranjeros y nacionales para la producción de agrocombustibles y monocultivos”, informó.
“Se trata de un país donde el Banco Mundial ha sido muy activo con la aplicación de políticas que benefician a los inversores extranjeros mientras consumen los recursos de Malí”, aseguró.