UN CONFLICTO DONDE SE INVIRTIERON LOS PAPELES

UN CONFLICTO DONDE SE INVIRTIERON LOS PAPELES

Las imprecisiones territoriales del Tratado de Tordesillas entre España y Portugal en 1494, acordado para repartir el territorio sudamericano pueden considerarse como el antecedente más remoto del conflicto conocido como “de las pasteras” que hoy afecta la relación entre Argentina y Uruguay.

Las apetencias territoriales portuguesas y de su histórico aliado, Inglaterra, sobre el control de América del Sur, focalizadas sobre la Provincia Cisplatina, llamada así por estar “de aquel” lado del Río de la Plata terminaron provocando la secesión del territorio oriental y lo que finalmente resulto la conformación de dos países, uno a cada lado del río, que a pesar de la retórica romanticoide, nos separa.

La disparidad de dimensión y capacidades de los respectivos territorios, sumadas a la similitud de la conformación de sus poblaciones creó de entrada un escenario de celos y enredos, propio de las historias de los sempiternos conflictos de los parientes cercanos que se encuentran y desencuentran en una irresoluble sucesión de amores y odios que se proyectan en el tiempo sin solución de continuidad.

Los vecinos más pequeños, celosamente atentos a las eventuales ventajas que pudieran tomar sobre ellos los vecinos más grandes y poderosos.

Por los años 1960, Argentina parecía proyectada a un destino industrialista de resultas de los procesos de sustitución de importaciones por el cese de nuestros proveedores durante la segunda guerra mundial.

Visto el contraste entre el proyecto agropecuario al que parecía destinado Uruguay, y el industrial que parecía irrefrenable en Argentina  la sensación que se tenía en la patria charrúa era que había que establecer límites legales, vía acuerdos internacionales, que preservaran los derechos de los mas débiles ante la potencial amenaza de los mas grandes.

En esa década, en 1961, se firmo un acuerdo de límites estableciendo la frontera sobre el río entre ambos países y posteriormente, en 1975, el Estatuto del Río Uruguay,  un tratado internacional celebrado para arreglar los usos, actividades y conservación del río Uruguay, frontera entre ambos países.

Los mayores inspiradores y promotores de este tratado fueron los orientales, convencidos que el desarrollo de Argentina agraviaría el río compartido, afectando sus propios intereses, que en ese entonces se resumían en una frase con destino de slogan: Uruguay país natural.

Pero la exquisita ironía de la historia siempre se encarga de transformar en efímeros los planes que los hombres proyectan con aspiraciones de eternidad y entonces aquí, para sorpresa de todos, los roles se invirtieron y los que terminaron agraviando el río fueron los que a priori se consideraban eventuales víctimas.

En esos años en el hemisferio norte, el crecimiento industrial desenfrenado ocurrido a posteriori de la 2ª. Guerra, para reconstruir lo destruido y para aprovechar los desarrollos tecnológicos del conflicto había puesto en antecedentes a esos países que el desarrollo industrial tenía un costo ambiental que nadie pagaba y que a largo plazo se hacía intolerable.

En la avanzada de estas industrias contaminantes estaban las celulósicas que habían provocado catástrofes en los países del norte de Europa, afectando acuíferos, lagos, ríos interiores y el mismísimo Mar Báltico cuyos peces contenían substancias que los hacían peligrosos para el consumo humano.

Entonces decidieron trasladar estas industrias lo más lejos posible y Sudamérica por disponibilidades de clima y territorio era el lugar ideal.

Comenzaron entonces a darnos créditos blandos, prácticamente subsidios, para que plantáramos en nuestra región las especies forestales aptas para la producción de pasta de celulosa.

Maduras las plantaciones vinieron las inversiones que liberarían a Europa de estas industrias basura y por la incapacidad/inmoralidad de la dirigencia política local, vía contratos leoninos, promoverían la transferencia de enormes ganancias hacia sus países, obtenidas por las facilidades otorgadas por las condiciones locales.

Pero el pueblo de la región, que al igual que en otros rumbos viene delante de la dirigencia y de las leyes, advirtió tempranamente la amenaza y comenzó una fuerte resistencia a los proyectos neoimperiales.

Y el tratado proyectado para defender a los unos de la amenaza de los otros cruzó la frontera y fue desoído por los otros, que ahora pasaron a ser por esas curiosidades de la historia, quienes amenazaban a los unos.

Por supuesto que el tratado en las actuales condiciones es retórica pura porque  detrás de su incumplimiento no están nuestros vecinos, están los países del norte rico que disfrutan de esta transferencia de desastres ambientales de sus territorios a los nuestros y no dudan en apoyarlos con los saldos arbitrales de sus tribunales ad hoc, los Haya donde los Haya.

 

Comentá desde Facebook

un comentario

  1. Mientras no seamos un bloque unido formado por los países sudamericanos, jamás podremos resistir el poder del hemisferio norte occidental. Si nuestros países, además, en cada uno de ellos mantienen gobiernos que aún elegidos democráticamente (como debe ser) no sean capaces de políticas independistas, creo que seremos siendo el basurero de los poderosos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *