TODO POR DOS PESOS: El infierno en la tierra en las tomateras de Lavalle

soldecorrientes.com

CONVIVIR CON EL VENENO
Denuncian que Lavalle (Ctes.)es un infierno por los agrotóxicos de las tomateras

Lavalle pasó de ser un paraíso natural al infierno que es hoy por el uso de agrotóxicos que temen todos los que allí viven. Las familias cosechan billetes de los del los trabajos en negro de las tomateras por 2 pesos por cajón. Las consecuencias dos niños muertos, un niña en coma, intoxicada, un empresario tomatero procesado por homicidio, pero se sigue cultivando con pesticida en Lavalle.

Paraje Puerto Viejo, Provincia de Corrientes, dos niños de 4 años mueren envenenados y una niña de 5 quedó en coma, intoxicada. El Juez procesó a un empresario tomatero por homicidio agravado, pero todo sigue igual: tomates cultivados por niños y fumigados con pesticidas prohibidos. ¿Quién los come?

Tomate y agrotóxicos en Corrientes
Dos niños de 4 años muertos y una chiquitita de 5 que estuvo en coma y sigue en tratamiento son apenas la punta del ovillo que une la fumigación con agrotóxicos con el infierno que representa en la correntina localidad de Lavalle la producción de tomate.

Un juez proceso a un empresario por homicidio culposo y expuso así la verdad que todos ocultan y ningún organismo provincial ni nacional controla. Una industria que basa sus ganancias en el trabajo infantil y en negro y que usa venenos letales produce así el 22% de los tomates que llegan al mercado central. El SENASA prohibió el pesticida que mato al niño correntino, pero recién a partir de abril de 2013 para primero agotar el stock.

Francisco deja pedacitos de galleta en los rincones porque dice que Kili, su hermanito, tiene hambre y no hay comida en el lugar donde está.

Su mamá está durmiendo la siesta, agotada, porque durante toda la noche deambuló por las chacras persiguiendo entre las sombras los gritos de auxilio de Kili, su hijo muerto.

Su padre, Agustín, se tapa la cara con las manos: llora, tiembla, aúlla.
José Primitivo Rivero, el jefe del clan, pronuncia entonces la única palabra capaz de describir lo que está pasando en este bello rincón del Paraje Puerto Viejo.

Angá.
Don Rivero habla la lengua de mis ancestros y por eso se que nos está advirtiendo sobre algo grande y muy malo, que se manifiesta acá, pero va más allá.

Está hablando de algo que nos pone a prueba: no hay más suerte ni casualidad, solo consecuencias.
Y aunque seamos cobardes, aunque tengamos miedo, aunque sepamos que vamos a perder, habrá pelea.
No es algo que podamos elegir porque no hay opción.
Angá es la muerte alimentándose de la vida.
Angá, en guaraní, es el Diablo.

Todo por 2 pesos
El río Paraná fue el principal productor de vida correntina localidad de Lavalle hasta que llegaron allí otras formas de producción que fueron convirtiendo ese paraíso natural en el infierno que es hoy. El Paraje Puerto Viejo está a la orilla de Lavalle y por eso todavía hay familias ahí que viven entre esas dos dimensiones: construyen sus casas con el barro del río, se alimentan de la pesca o la bondad de la tierra fértil, y cosechan billetes de los planes sociales o el trabajo en negro en las tomateras: 2 pesos por cajón.

Son las 4 de la tarde cuando comienza el desfile de trabajadores hacia los viveros cubiertos de plásticos que protegen los tomates criados por la media docena de propietarios que se instalaron en Puerto Viejo, atraídos por los suelos fértiles, el fácil acceso al agua al agua y la falta de control. El intendente, Hugo Perrotta, es administrador de una de esas tomateras, me cuentan los vecinos, mientras vemos pasar la fila de trabajadores. Son niños descalzos que llevan sobre la cabeza, para cubrirse del sol, las canastas con las que luego recogerán los tomates, durante 8 horas, bajo el sopor de los toldos plásticos, manipulando sin guantes una cosecha fumigada con veneno.

Esos niños forman parte de la industria que produce, en esas condiciones, el 22% de los tomates que ingresan al mercado central de Buenos Aires y se distribuyen luego por todo el país.

Diagnósticos
Gladys me dice que fueron los gritos de auxilio de su hijo Nicolás los que atrajeron hasta su casa y por eso nos recibe con alegría. Pero Gladys nos sonríe y habla tan bajito que hay que sentarse muy cerca para seguir el relato sobre cómo murió su hijito de 4 años. Fue a fines de marzo de 2011. “Amaneció vomitando. Lo llevé a la salita de primeros auxilios de Lavalle. Ahí la doctora Patricia Viltón le aplicó una inyección y nos mando de vuelta. Mejoró un rato. A la tarde se fue a juagar con su primita, celeste y los dos volvieron con vómitos. Lloraban y lloraban. Los llevamos entonces al hospital de Santa Lucía y nos dijeron que no tenían nada. Pero él siguió llorando y vomitando. Entonces fuimos a Goya. Mi hijo ya estaba muy mal. Lo Trasladaron a Corrientes. Ahí murió. Cuando el forense me entregó el cuerpito me dijo que lo mató la tomatera, por el veneno”

Así sintetiza Gladys un calvario que involucró recorrer 2 kilómetros hasta la salita de primeros auxilios, 10 kilómetros hasta Santa Lucia y, luego 17 kilómetros hasta Goya, más de los 300 hasta la capital correntina, para buscar en 5 centros de salud un diagnóstico que encontró recién la autopsia.

Antes y después, los médicos apuntaron mal. “La doctora Viltón me dijo que yo era culpable por darle a mi hija un té de yuyo”, cuenta Margarita, la mamá de Celeste, la nena de 5 años que fue a jugar con Nicolás aquella tarde y regreso , como él, vomitando. Celeste hizo el mismo recorrido sanitario, pero logro llegar a tiempo al traslado en avión al hospital Garraham, de Buenos Aires, donde la enchufaron a una maquina que le filtro la sangre. “Llego con un pedido de trasplante, porque tenía el hígado fulminado y cuando comenzaron a filtrarla, recuperó la función hepática. Ahí se vio que estaba envenenada”, cuenta Margarita, su mamá.

Los médicos le dijeron que el origen del veneno podía ser la acacia, una planta silvestre que florece en la zona de Puerto Viejo y, por eso, Margarita espero a que su hija mejorara para regresar a su casa, cortar un pedazo y volver al Hospital Garraham para que analicen la acacia. Ahora me muestra un papel firmado por la doctora donde se afirma que la planta no resulta venenosa ni peligrosa para la ingesta humana. “Yo ya lo sabía, porque mi mamá la tomaba en té, pero se ve que los doctores de Buenos Aires son ignorantes de las cosas naturales”, dice Margarita. La mamá de Celeste.

Esa ignorancia incluye lo más obvio: la casa de Nicolás, la de Celeste, están al lado de una tomatera. Apenas 30 metros separa la fila de toldos de plásticos donde se fumiga el tomate del rancho de madera donde se criaron los chicos envenenados. “Acá todos sabemos que ellos usan venenos muy fuertes que no dejan respirar”, cuenta la Gladys, la mamá de Nicolás.

Esa ignorancia incluye, además, otras intervenciones médicas que le dan a este caso un valor paradigmático: el director del hospital de Santa Lucía emitió un comunicado, que fue difundido por la radio local, informando que la familia Arévalos había sido afectada por una hepatitis fulminante, por lo cual se le recomendaba a la población tomar los resguardos necesarios para esos casos.”Fue a propósito, para que nadie se nos acercara”, diagnóstica Josefina Arévalos, tía de Celeste y Nicolás, y una de las princesas guaraníes que le dieron a esta historia otro final que el científicamente esperado. “Creían que nos íbamos a quedar calladitos, resignados, pero nosotros somos luchadores. Ellos piensan que por plata, o porque somos lieros, o porque no sabemos nada. Es cierto: somos pobres, pero no nos vamos a rendir si nos matan los hijos. Y eso es lo que ellos no entienden porque lo único que saben es de plata”.

El asesino
Josefina cuenta que el día del entierro de Nicolás se acerco al cementerio un concejal, primo del dueño de la chacra lindera. Lo encaró para decirle: “Andá y pregúntale que veneno usó porque Nicolás ya está muerto, pero Celeste está en coma y todavía podemos salvarla”. El concejal se comunico después con ella y le dijo que le pregunto a su primo qué agrotóxicos usaba: “Le contesto que usaba cromo, pero hasta al primo le miente esta gente”.

La verdad recién se supo el 12 de septiembre de este año, cuando el juez de instrucción Carlos Balestra procesó al empresario tomatero Ricardo Nicolás Prieto por el homicidio culposo agravado de Nicolás Arévalos y lesiones culposas agravadas producidas a Celeste Abigail Estévez. Con culpa de la chacra que, apenas a 30 metros de la casa de estos niños, fumiga los tomates con un veneno letal: endosulfán.

En su fallo el juez consignó que la autopsia de Nicolás reveló la forma en que fue asesinado: inhalación.
Respiró veneno, como todos los vecinos de las tomateras de Paraje Puerto Viejo.

El stock o la vida

El endosulfán es un pesticida que el SENASA prohibio el 1 de julio de este año, luego de una consulta pública donde escucho los argumentos de organizaciones y asambleas ambientales, el Defensor del Pueblo de la Nación y recomendaciones de organismos internacionales, entre otros muchos que denunciaron los peligros del endosulfán para la vida humana, El más letal es su poder residual: sus efectos venenosos duran entre 60 y 800 días. Es decir, que permanecen donde se lo aplica: agua, tierra y cultivo. Más claro: comer dentro de los 60 días un tomate fumigado con endosulfán implica tragarlo.

Según datos de la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (Casafe), en 1999 se utilizo en Argentina 1,9 millón de litros de endosulfán. En 2008 se duplicó: 4.2 millones de litros. Este año, a pesar de la anunciada prohibición, se calcula que su uso se triplicó. ¿Por qué? Por dos motivos importantes:

1) Su uso no es legal. El SENASA prohibió este año su importación, pero la prohibición de usarlo recién entrará en vigencia a partir de abril de 2013. Se había importado mucho y la prohibición comenzará a regir cuando se agote el stock, según calcularon las autoridades sanitarias.

2) Este anuncio bajó el precio y lo convirtió en el más popular de los venenos agropecuarios.

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2 Comentarios

  1. Llegó mi comentario? Me preocupa el tema de los niños envenenados.
    Atte. JCC

  2. Lo que tienen que hacer las familias es cortar las rutas y armar bolonqui.
    Es la única forma de hacerse respetar de los humildes. Ir a Goya y pedir a los que quieran colaborar una buena tirada de panfletos para repartir con los nombres y las fotos de todos los asesinos implicados.
    No es solo por las familias que perdieron sus hijos, sino por todos los que quedan y por los miles que consumen esos tomates venenosos.
    Los tomates «envenenados», no tiene sabor a nada. Se los conoce, según un profesional amigo, porque al cortarlos, adentro tiene rayas blancas que les saca el color matural que suele tener el tomate. Rl tomate fumigado en demasía, no tiene ni olor ni sabor.

    Yo, como un simple colaborador, estoy dispuesto a imprimir un boletin para que esas familias humildes, puedan distribuir en todos los medios y por donde sea. Atte. Juan Carlos Cassane

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