SE VA SE VA Y NUNCA VOLVERÁ

QUE NUEVE AÑOS ES MUCHO TIEMPO
 

 

            En una de sus obras mas conocidas, Volver,  Carlos Gardel enunciaba que el tiempo era una circunstancia relativa a lo vivido durante su transcurso; el personaje imaginado por el vate cantaba que 20 años no eran nada, que se le habían volado en una vida de juergas sin darse cuenta y que jamás podría recobrar el tiempo perdido.

 

            Muy diferente han sido estos últimos nueve años para los vecinos del hoy Molino Ross, centenaria industria local que por el desarrollo urbano ha quedado en el corazón de una de las más progresistas barriadas de nuestra ciudad.

 

            En algún momento, la estación de ferrocarril, que junto con el río eran las principales arterias que alimentaban nuestra zona y llevaban sus productos a todas partes obligaba a las empresas que manejaban volúmenes importantes de insumos y producto a ubicarse cerca para abaratar costos.

 

            Pero hace muchos años que el ferrocarril no llega más y en su lugar se estableció el corsódromo, uno de los hitos urbanos más importantes de Gualeguaychú, con su consiguiente convocatoria para localizar vecinos y una complejísima gama de actividades y servicios urbanos.

 

            La presencia de dos molinos, el de la Cooperativa Arrocera y éste se transformaron en un suplicio cotidiano para quienes viven cerca.

 

            La Arrocera migró, pero el Molino Ross sigue agobiando y enfermando a centenares de damnificados por su actividad.

 

            Desagües pluviales tapados, calles que se inundan, canaletas domiciliarias que, llenas de sólidos venteados por la empresa, inundan techos y casas; olores nauseabundos por la putrefacción de los restos orgánicos que quedan depositados en todas partes y se descomponen; la posibilidad permanente de incendios que estresan a todos; gente que vive encerrada invierno y verano porque por las ventanas abiertas el polvo invade y ensucia todo, los ruidos no dejan dormir pero por sobre todas estas cosas la enfermedad que ronda en los hogares de todos los vecinos: alergias a repetición, enfermedades en la piel y también nerviosas por la imposibilidad de descansar por la noche por el ruido de las máquinas.

 

            La sola mención de los factores que mortifican y enferman hablan de la irresponsabilidad de la empresa porque hoy existen medios para filtrar hasta la mas pequeña partícula sólida producida en el proceso industrial y mecanismos para amortiguar hasta lo inaudible los ruidos de las máquinas, sin embargo ambos son un flagelo cotidiano.

 

            Solo un terreno en el predio del PIG, que más que revelar la intención de la empresa de irse indica con su evidencia de baldío abandonado cubierto por yuyales, que jamás pensó seriamente en trasladarse.

 

            En 2005, el Municipio comenzó a tomar cartas en el asunto con intimaciones y sanciones, medidas que no lograron que ésta asumiera y resolviera sus problemas ni tampoco que ejecutara el imprescindible traslado fuera de la zona urbana.

 

            La situación se fue agravando por la indiferencia de los responsables para resolverla hasta que el 13 de enero de este año las autoridades dijeron basta y le dieron un plazo que vence el 30 de junio próximo para trasladarse o sufrir la clausura definitiva.

 

            La inminente inauguración del Colegio Ruperto Gelós frente a la fábrica quita definitivamente espacio a ninguna postergación de la medida.

 

            La salud de centenares de jóvenes se vería afectada si Molinos Ross sigue funcionando y los vecinos aguardan ansiosos la llegada de esa fecha porque ya no soportan mas el flagelo de vivir cerca de la fábrica.

 

            Sorpresivamente los empresarios han dado a conocer un plan de instalación de un hotel y centro comercial en el lugar, condicionado a que se encuentren inversores dispuestos a afrontar la aventura.

 

            Nadie sabe si la inversión finalmente se concretará y en todo caso nadie esta en contra de que se haga, lo que si sabemos todos que el 30 de junio, con traslado ó sin traslado, con hotel ó sin hotel, el Molino Ros dejará de funcionar en el barrio de la estación.

 

            Porque nueve años son muchísimo tiempo cuando uno debe vivir mortificado hasta la enfermedad por una empresa indiferente que “externaliza” en sus vecinos los residuos de su actividad y que ya no esta autorizada a funcionar donde lo hace actualmente.

 

 

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