LA CRISIS TERMINAL DE EUROPA ATACA INCLUSO A LA OTRORA SÓLIDA ALEMANIA

ENVIADO POR LA COALICIÓN CONTRA LOS PELIGROS DE BAYER

EUROPA SE CAE A PEDAZOS

Testimonio de una trabajadora subcontratada

Aislada en el BAYER-World

Según sus propios datos, la multinacional de Leverkusen emplea a unos 650 trabajadores subcontratados. Su triste destino en la producción de píldoras ya lo describió el periodista Markus Breitscheitel en su libro «Arm durch Arbeit». Nada ha cambiado desde entonces, como muestra el relato de Melanie Suchart*, recibido por la Coordinación contra los peligros de BAYER.

Me llamo Melanie, tengo 25 años y en Alemania he perdido toda esperanza. En agosto de 2010 volví a Berlín, desde Australia. Me alegré mucho de volver a ver a mis amigos y amigas, de volver a vivir en Berlín.

Buscando trabajo, me apunté en el Centro de Empleo de Neukoelln (Berlín), que me dio una dirección tras otra, en su mayoría de empresas de subcontrata, y me postulé con ahinco. En noviembre me dio trabajo job@active (empresa de trabajo temporal vendida por BAYER en febrero de 2010, NdR). Mi lugar de incorporación fue BAYER de Berlín, en la sección de empaquetado de la píldora anticonceptiva.

Ya en la entrevista, el jefe de personal de mi departamento me advirtió de los compañeros algo groseros: necesitaría guardarme bien de ellos. Bueno, lo que hay que hacer cuando una no tiene más remedio, pensé. A los pocos días de estar en el trabajo sentí ya el descontento y la frustración de mis compañeros. Había muchas trabajadoras subcontratadas en mi nueva sección, se las reconocía bien. Ningún logo de BAYER en las batas verdementa como los que podían llevar los trabajadores fijos. Los colegas se enfadaban por la mentiras del jefe de planta y estaban abatidos por el sentimiento de que podían ser sustituidos en cada momento. Los más antiguos, sin embargo, se quejaban de los constantes cambios de personal, al que había que instruir una y otra vez. Ellos, que llevaban ya unos años a la espalda en BAYER o en SCHERING, estaban hartos de tener que explicarlo constantemente. Para ellos significaba estrés, más trabajo y más fuentes de errores. No era intención suya que lo sintieran los trabajadores subcontratados, pero yo sí lo sentía y todos los demás conmigo.

Entre el personal no se puede crear ningún espíritu de equipo, los nombres y  caras en la cinta son siempre nuevos. Tal vez no sea esto más que un efecto colateral, tal vez sea intencionado para que los compañeros no se compenetren demasiado. Cada cual lucha por sí mismo, y el adversario es gigantesco e invisible. En las conversaciones y en la mesa del desayuno oía decir que el número de enfermos aumenta enormemente y ha superado en mucho el 5%. Esto no es más que otro indicio del descontento de los trabajadores y trabajadoras.

La dirección de la empresa acuciaba con más y más proyectos. Se nos filmaba durante el trabajo, teníamos detrás una -así llamada- sombra, que documentaba cada maniobra. Todo en nombre de la optimización. En cada puesto de trabajo había pizarras gigantescas para indicar a los compañeros los puntos débiles en la ejecución del trabajo y motivarnos a trabajar de modo más rápido y eficiente. ¿Cuánto cuestan estas empresas contratadas para potenciar la optimización? ¿Por qué cada vez más ahorros y externalizaciones? Las explicaciones del jefe de planta hace tiempo que no convencen a nadie. Son mentiras, y me pregunto si esta gente se puede mirar aún en el espejo.

Esquivo este miserable estado de ánimo sin dejar que me contamine. Sin embargo, en dos ocasiones me vine abajo y mis ojos se llenaron de lágrimas. No sé cómo describirlo, pero el trabajo en este lugar me corroía la psique. Aislada en el mundo BAYER, ocho horas diarias. Allí no se necesita pensar mucho, y mejor no hacerlo si se quiere cuidar el alma. Me atenía al trabajo y lo sacaba adelante, hacía lo que tenía que hacer. Y sobre mí pendía la amenaza de que el contrato se acababa a fin de año.

Naturalmente me lo prorrogaron. Me lo dijeron y escribieron una semana antes de que se extinguiera el contrato. Es lo normal, siempre se hacía así, me dijeron.

Me quedé hasta últimos de junio de 2011. Pude vivir y oír muchas, muchas irregularidades. Hay allí trabajadores y trabajadoras de subcontratas que desde hace cuatro años reciben un contrato tras otro. BAYER los pasó de un «proyecto» a otro para mantener legalmente sus manos limpias. Se celebró una fiesta de verano a la que todos fueron invitados, salvo los trabajadores y trabajadoras de subcontratas. No recibimos tapones de los oídos para protegernos del ruido, estaban reservados a los empleados fijos.

Acerca de las diferencias de salario entre subcontratados y fijos sólo quiero decir una cosa. No creo que los nuevos trabajadores y trabajadoras deban cobrar lo mismo que los que llevan ya diez años en la empresa. Aunque juegan un papel otros factores, como, por ejemplo, el mayor riesgo de desempleo, que debiera considerarse en los convenios. Y los trabajadores y trabajadoras subcontratados que a los doce meses hacen todos los trabajos igual que los fijos deberían tener derecho al mismo salario. Y también a las mismas vacaciones.

Podía haber recibido otro contrato, pero no quería más. Me vuelvo a Australia, que en mi país muchas cosas van mal.

Traducido por Vicente Romano (Tlaxcala)

*Nombre cambiado por la redacción.

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